En casa de mis padres estuvo mucho tiempo colgado un cartel que hablaba de la imagen que tenemos de nuestro papá desde los 2 años hasta los 100. Y la evolución iba desde la idealización de los primeros años, al desencanto de la adolescencia y finalmente la comprensión en la madurez.
Casi nunca estamos contentos con lo que tenemos o nos toca. De pequeños solíamos envidiar a esa amiga que tenía un papá mas simpático, enrollado o permisivo que el nuestro.
Andamos comparando lo que tenemos con lo que creemos que tiene el otro y siempre nos encontramos en falta.
En mi consulta es muy frecuente escuchar que su padre (o madre) no son lo que ellos necesitan, no les dan lo que precisan, no les comprenden, no les animan…
Parece que ser papá supone tener un poder y unas capacidades especiales. El papá siempre debería tener la palabra o el consejo oportuno, el abrazo preparado para ese momento que lo necesitas, la oreja a punto para escuchar nuestros problemas…Y se nos olvida que los papás son personas humanas y falibles como el resto de los mortales.
Papá también se bloquea y no sabe qué decirnos, le entra miedo frente a nuestras ideas novedosas, está cansado y no puede escuchar tranquilo, le cuesta ser flexible al escuchar nuestras opiniones… Resulta que papá, muchas veces no se entera de lo que nos pasa y no sabe acompañarnos como nosotros querríamos.
Mi papá, y el tuyo y el de todos tiene también su historia familiar: viene de otros padres que lo hicieron lo mejor que pudieron con él pero le marcaron también con sus manías, miedos y neuras y asi la cadena va hacia atras hasta el principio de los tiempos.
Sólo cuando nos reconciliemos con sus defectos y limitaciones, podremos disfrutar de sus talentos y cualidades sin pedirle que sea otro que no es y encontraremos en nosotros mismos el apoyo y la aceptación incondicional que buscamos fuera.
Consulta privada de Miriam Magallón, psicóloga clínica.
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