El otro día, caminando con mi hijo pequeño de la mano, me dijo: «Mamá, ¿podemos ir más despacio?». Sin darme cuenta, llevaba un rato caminando tan rápido que mi hijo iba casi corriendo para seguir a mi lado. Aquella noche escuché en la radio una biografía del Dr. Gregorio Marañón y ya en 1956 decía: «La mayor causa de enfermedad de nuestra era es la prisa».
Está en auge: la comida que se prepara rápido, el coche que más corre, el ordenador que se enciende antes, las vías rápidas, todo tipo de métodos para evitarse las colas. Y se me podrá argumentar: » somos más eficaces». Pero es que, bajo la bandera de la eficacia, vamos corriendo a todos los sitios, optimizando procesos, haciendo varias cosas a la vez, aprovechando los microinstantes que nos da la vida para llenarlos de tareas.
Una de las cosas que más me sorprende a primera hora de la mañana es la prisa que llevamos en el baño, desayunando, hasta conduciendo! Parece que vivimos en una carrera contrarreloj.
Cuando tenemos prisa, nuestra respiración se vuelve más corta y superficial. Entonces nuestro cerebro recibe la orden de estar alerta, de prepararse para el peligro y comienza a segregar adrenalina. Sin ningún sentido, nuestro cuerpo se pone tenso, el ritmo cardíaco aumenta y nos sentimos acelerados. Y si escuchamos nuestra mente, seguro que también se ha disparado con pensamientos de agobio, de incapacidad para resolver esta problema, con ideas como: «no me va a dar tiempo, mira todo lo que me falta, no llego…«. Es como si algo nos persiguiera: la prisa.
Si te descubres en esta situación, para, respira y date cuenta del acerelamiento al que estás sometiendo a tu cuerpo. Si dedicas 2-3 minutos a respirar profundamente, a llevar la inspiración hasta el abdomen, tu cuerpo se aflojará y la señal de alerta desaparecerá. Serena tu mente, ve poco a poco; trata de hacer las cosas una por una. Y te invito a que a lo largo del dia, intentes buscar un hueco para no hacer nada. Un espacio para serenar la mente, contactar con tu cuerpo y disfrutar del momento presente. Un momento para ser, nada más.
Tenemos unos excelentes maestros muy cerca de nosotros: los niños. Ellos llevan su ritmo; se entretienen por el camino, se demoran, vuelven hacia atrás. Y nos enseñan mucho de lo bueno de la vida: ir sin prisa, sin la preocupación de los horarios, saboreando cada momento. Porque el medicamento para curar la enfermedad de la prisa no consiste en hacer todo rápido para quitárnoslo, sino estar presentes en lo que tenemos entre manos sin irnos con la cabeza a la siguiente tarea de nuestra lista y dar al pause de vez en cuando para desacelerarnos.
Consulta privada de Miriam Magallón, psicóloga clínica.
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