El modelo de padres que abunda a mi alrededor -entre los que me incluyo- es el del padre(madre)-chicle. Se estira y se estira durante 16 horas al día para lograr ser «perfecto» en todos sus ámbitos. Estira la jornada laboral al tiempo que atiende via internet asuntos personales y estira luego su capacidad de aguante al llegar a casa y jugar, bañar y hacer los deberes con los niños.
Cuando llega el fin de semana la cosa no mejora. Hay que conseguir el mejor ocio, las mejores actividades para la familia o en su defecto, para los hijos. Y sin darse cuenta, arrincona su vida personal y su vida de pareja. Los hijos son y deberían ser una prioridad para todo aquel que decide tenerlos, pero no la prioridad. Como padres necesitamos respiros y descanso pero tratando de ser padres ejemplares volcados en nuestros hijos, nos hemos ido negando el derecho a nuestro tiempo.
La renuncia y la generosidad son grandes virtudes pero también nutrirse a uno mismo y cuidarse, son necesidades básicas. Nos vaciamos con los hijos (en tiempo, en energía…) y no buscamos una fuente personal donde repostar tras tanto desgaste.
Y es que la presencia continuada (o sea, estar 24 horas al día con nuestros hijos los 365 dias del año) deja de tener valor; en cambio la presencia con pequeñas ausencias (un rato de deporte, un curso interesante, una escapada de fin de semana) se saborea mucho más. La cantidad puede mermar la calidad de atención a nuestros hijos. Podemos quemarnos y sentirnos encerrados o empezar a reconocer nuestras necesidades y tratar de cubrirlas para ser padres y personas más felices. ¡Yo estoy en ello!
Consulta privada de Miriam Magallón, psicóloga clínica.
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