Algunas familias buscan otra casa para su perro al poco de nacer su primer hijo. He escuchado cosas como: “le tenía celos y nos dió miedo”, “se puso tan triste que dejó de comer”… Sin embargo, un perro puede ser un excelente compañero de juegos, un apoyo muy bueno en el gateo y en la exploración de la casa y de objetos. El perro es una fuente de afecto y un miembro más de la familia con el que relacionarse.
Me provoca mucha tristeza esta actitud por el bebé y futuro niño que se pierde un compañero de juegos, por los “amos» que renuncian a la compañía del animal y también por el perro, porque los perros nos quieren y tienen sentimientos aunque más básicos que los humanos.
Os cuento mi experiencia por si ayuda a alguna pareja o familia…
Cuando me quedé embarazada, pensé en cómo cuidar a mi bebé con mi perro (un teckel de 4 años). Durante el embarazo les fui hablando a cada uno de ellos, presentándoles. A mi perro le hablaba de mi hija, de cómo iba creciendo dentro de mí, le ponía encima de mi panza para que la escuchase y que sintiese sus patadas, le contaba que iba a llegar una personita a casa. A mi hija le hablaba de su perro, de la textura de su pelo, de su mirada, de los lametazos, lo que le gusta y le pone contento, los ladridos (cuando Thör ladraba le decía, “éste es Thör, tu perro, se ha enfadado con otro perro”).
Cuando nació mi hija, y mientras yo estaba en el hospital, mi marido llevó un pañal a casa para que lo oliese el perro, le contó que ese era el olor del bebé y que pronto la conocería. Al llegar a casa, me asusté. De repente ese compañero al que tanto quiero, se convirtió en mi cabeza en un foco de pulgas y de posibles infecciones, en un potencial “peligro” para mi bebé. Tanto me asusté que Thör fue desterrado 2 días a casa de un familiar.
Durante esos días fue fundamental para mí tomar conciencia de las ideas que me estaban limitando y asustando y que no eran reales. Hablé con mi marido sobre los cuidados y negociamos un nuevo contrato repartiendo los cuidados del animal y del bebé.
Por fin, Thör llegó a casa e hicimos las presentaciones. Quiso oler durante un buen rato a la “intrusa”, se puso a dos patas en el carrito del bebé, y yo, aunque nerviosa, me aguanté. Una vez que olió lo que quiso, se tumbó debajo del carro, y así nos hizo saber: “este es mi lugar”.
Esto no significa que yo estuviese totalmente confiada y segura, puse las precauciones que necesité para ir confiando, no dejé al perro y al bebé solos durante el primer mes. A veces les observaba a escondidas para ver qué pasaba, Thör sólo movía las orejas cuando el bebé lloraba; era capaz de permanecer quieto e inmóvil junto a la mini-cuna. Posteriormente llegaron la hamaca y la manta de juegos…hasta que se quedaron solos y de manera muy natural nos convertimos en una familia de cuatro miembros, tres humanos y un peludo.
Ahora mi hija ya tiene cierta autonomía (18 meses) y adora a su perro, el perro ha sido un apoyo muy bueno en el gateo y en la exploración de la casa y de objetos. Mi hija muestra cariño hacia su perro, le abraza, le da besos, le llama por su nombre. Juegan juntos a perseguirse. Mi hija está aprendiendo que hay cosas que no son de ella, y que no puede tocar.
Y yo siento mucha ternura cuando les observo juntos, ¡es un regalo verles mirarse!
Elena Cocho García
Psicóloga. Terapeuta Individual y de Pareja. Coach.
Madre y dueña de un perro