No soy una madre muy paciente, lo reconozco. A veces me puede el mal humor o el cansancio; otras, quiero que mis hijos entren en la horma de mi zapato y no hay manera.
Desde hace un tiempo, resuena en mi cabeza el concepto de educación respetuosa. Es una corriente pedagógica creada por psicólogos, pedagogos y padres que aboga por tratar a los más pequeños con respeto y confianza, con el amor, la comprensión, la contención, la libertad y la empatía necesarias para que un hijo florezca a su manera.
Hay cosas que no me gustan de esta corriente: su falta de realismo . Pretende padres dedicados 24 horas al día al cuidado amoroso de su hijo. Y digo hijo porque me resulta imposible imaginar cómo aplicar este esquema tan abierto de crianza cuando tienes tres o más hijos a los que dedicar tu energía. También echo en falta poner límites; los niños necesitan límites, necesitan el no y aprender que los padres y sus hermanos tienen sus propias necesidades. Han de aprender que el otro también necesita comprensión y espacio.
A pesar de que no comulgo (por carácter y por ideología) con todos sus principios, sí que abre en mí un espacio de reflexión. Me doy cuenta de que vamos por la vida metiéndoles prisa, llenando su agenda de extraescolares, presionando con obligaciones y deberes y quizás desde ahí, no les estamos respetando. Queremos que nuestros hijos sean ese sueño que tenemos en nuestra cabeza y no les permitimos que sean como son.
Lo expresa mucho mejor Erich Fromm: <<Respeto no significa temor y sumisa reverencia; denota, de acuerdo con la raíz de la palabra (respicere: mirar), la capacidad de ver a una persona tal cual es, tener conciencia de su individualidad única. Respetar significa preocuparse por que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es.>>
Para que un niño crezca en todo su potencial necesita saber que nos importa, que le entendemos y respetamos lo que le pasa y siente, necesita sentirse seguro . Los niños merecen que respetemos sus ritmos, sus gustos, sus necesidades (físicas, emocionales y espirituales).
Es también cierto que nos llevan al límite y nos sacan de quicio con frecuencia, y que cuando se nos acaban los recursos les violentamos y les imponemos nuestra visión sin escuchar y respetar la suya. Si fuéramos capaces de poner una mirada de respeto y comprensión a lo que les está pasando, quizá entenderíamos mejor el significado de esa rabieta, la pelea en el cole, etc… Las emociones necesitan salir y tener un cauce de expresión y los niños muchas veces, no saben canalizarlas. No olvidemos que los padres somos su modelo y su apoyo en los primeros años. Ayudémosles a poner nombre a sus emociones y entenderlas un poco mejor.
Consulta privada de Miriam Magallón, psicóloga clínica.
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