Puede que seas uno de los que no sienten miedo y lo asumen con naturalidad pero en realidad, es una minoría la que se queda indiferente ante este tema. He observado muchas reacciones:
- La familia que tiene a un ser querido muriéndose siente un grado de angustia máxima y un dolor muy profundo que nunca antes había sentido.
- Los que trabajan junto a los moribundos pasan por muchos sentimientos y vivencias distintas: pueden sentir tristeza ante el fallecimiento de un paciente con el que conectaron especialmente, compasión al acompañar a la familia en su dolor, alivio al ver que el paciente ha dejado de sufrir.
Algunos de los compañeros con los que trabajaba, me comentabann que a pesar de tantos años de experiencia seguían sintiendo el deseo de salir corriendo cuando un paciente acababa de morir. Es una realidad tan dura, que uno querría alejarse y no verlo. Bajo este deseo de huída podría subyacer el miedo a que la muerte pueda salpicarle a uno o le pueda llegar el turno. Es decir, cuando uno vive el momento de la muerte de un ser cercano, irremediablemente piensa en la suya propia. Los moribundos, pues, son el espejo de nuestra propia muerte y frente a ello, querríamos salir corriendo. - Si para la familia y el equipo que le atiende en la muerte se convierte en una experiencia vital, para la persona enferma, es su último momento vital y como tal, está lleno de emociones, luchas, elaboraciones, etc…
La muerte nos coloca en nuestro papel de seres vulnerables y finitos y la certeza de que todos vamos a morir, resulta tan angustiosa que nos gustaría olvidarla y no pensar en ello.
Pero algo que nos une a todos (familia, amigos y profesionales de la salud) es la sensación de que la muerte de otra persona nos abre a una profunda reflexión vital. Nos hace replantearnos nuestro estilo de vida frente a la finitud que nos refleja el otro. Nos centra en lo realmente importante de la vida.
Recuerdo que a veces, llegaba al trabajo agobiada con mis problemas cotidianos y mis pequeñas obsesiones, y sentarme junto a un paciente que estaba muriendo, me hacía relativizar los agobios y dar importancia a lo que la tiene: la gente que quiero, vivir intensamente el presente, ser consciente de que yo también tengo un final, etc… Es decir, el momento vital del paciente es tan intenso que provoca en las personas que le acompañan un replanteamiento de sus ideas y valores. Paradójicamente, rozarnos cotidianamente con la muerte, ¡nos hace estar mas vivos! Como decía Vicente Verdú en un artículo de El País[1]: “¿Qué elemento con mayor energía que la muerte para iluminar el contenido de la vida?”.
[1] Verdú, Vicente: La Vejez.El Pais (15 noviembre de 2003)
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