Me gusta dirigirme a la naturaleza como una madre nutricia que satisface muchos de nuestros deseos y necesidades.
El calor del sol en contacto con la piel, el roce de la hierba en una pradera, la caricia de las olas del mar, la contemplación de una puesta de sol nos han nutrido y colmado tantas veces…Esta madre proporciona un alimento espiritual. Genera en nosotros toda una marea de emociones que van modelando nuestro yo mas interno. La naturaleza, es pues, esa madre que alimenta nuestro ser esencial y provoca distintas emociones según sea su manifestación.
La bravura de las olas de un acantilado, el salto de agua de unas cataratas, despiertan sentimientos ligados a la acción: fuerza, optimismo, esperanza, entusiasmo. Avivan la voluntad, apertura, comunicación, la confianza. Impulsan nuestros deseos de crecimiento, nuestros propósitos y metas.
En ambos casos, su efecto es tan intenso que moviliza un sentimiento más profundo: nuestra capacidad de amar. Delante de la naturaleza uno puede sentirse grande o pequeño, pero tremendamente vivo y amoroso.
Disfrutemos entonces de esta maravilla al alcance de la mano. Estemos atentos a sus mensajes. Que su alimento nos proporcione la magia de llenarnos, con el fin de vivir hacia fuera lo experimentado tan adentro.
Marta Sanz