Nuestros adolescentes están muy presionados. Más que en nuestra época. Reciben a lo largo del día miles de mensajes, fotos, stories y videos que van formando en su cabeza una imagen de cómo deberían ser (nuestro yo ideal). Aspiran a ser físicamente como los jóvenes que aparecen en todas esas fotos, quieren esa ropa, envidian los lugares (restaurantes, paisajes, experiencias) a los que van otros.
Además, gracias a las redes, tienen un entorno inmenso de amigos-conocidos. Esto supone una mayor oferta de planes, alternativas y personas a las que dedicar atención. Cultivar la amistad se convierte entonces en un objetivo inabarcable y se ponen nerviosos al no querer perderse ningún plan.
A esto, le debemos añadir los mensajes que reciben de nosotros, sus padres, y profesores sobre el ideal del esfuerzo, tener que ser el mejor para llegar a ser algo, buscar la excelencia…
Y el mercado laboral les exige un montón de requisitos: dominio de varios idiomas, doble titulación académica, master post-universitario, hobbies y experiencias personales diferenciadoras del resto.
Yo ya estoy agotada sólo con escribir todo esto. Nuestros jóvenes están desbordados de exigencia y esto tiene consecuencias:
El porcentaje de ansiedad entre los jóvenes ha subido significativamente. Las crisis de ansiedad en los colegios o en casa son algo frecuente en los adolescentes.
La exigencia externa se convierte fácilmente en auto-exigencia y se presionan queriendo llegar a todo. Se obligan a dar el 100% en todo: estudios, deporte, amigos.
La avalancha de alternativas produce voracidad. Tienen que consumir y acumular experiencias de ocio incansablemente para a continuación, buscar la siguiente. Tienen mucha dificultad para poner límites y pueden tener problemas de adicción con videojuegos, comida, horas de móvil, compras compulsivas, consumo de alcohol. Nunca es bastante porque ahí fuera sigue habiendo ofertas de muchas cosas que aún no han probado.
Y cuando descubren que no pueden llegar a todo, que la lista de exigencias es infinita, experimentan una tremenda frustración y un gran malestar.
¿Cómo ayudarles a aliviar este peso?
Analizar los mensajes interiorizados: ¿quién crees que deberías ser? Ayudarles a pensar la imagen que están construyendo en su cabeza del ideal que deberían llegar a ser, qué creen que otros esperan de ellos. Si detectan estas creencias, será más fácil desmontarlas o al menos, cuestionarlas. Buscamos que estén a gusto consigo mismos en lugar de pelearse por ser quienes creen que deberían ser.
Permitir el descanso. Darles el mensaje (verbal pero sobretodo con nuestro ejemplo) de que está bien descansar, que no hay que estar haciendo cosas todo el tiempo.
Enseñarles a elegir. Deben aprender que en la vida hay que elegir continuamente porque no se puede hacer o tener todo.
Priorizar qué es lo realmente importante y rebajar tensión del resto de cosas que no son tan cruciales.
Aprender a poner límites y saber decir NO. Ellos pueden filtrar la presión externa y la excesiva oferta diciendo a algunas cosas, personas o planes: No. La auto-regulación en momentos de tensión será una herramienta que les ayudará toda la vida.
Otro aprendizaje fundamente es reconocernos limitados. No somos superman ni podemos estirar nuestra capacidad hasta el infinito. Practicar el no puedo puede ser un hábito muy sano.
NOTA: La presión externa e interna nos afecta a todos, jóvenes y adultos. Aprendamos a rebajarla.
Consulta privada de Miriam Magallón, psicóloga clínica.
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Foto de Daniel Lincoln