Esta es la historia de una persona con la que me «encontré» hace años cuando trabajaba junto a enfermos terminales.
Carmen estaba separada hacía muchos años y vivía con su hija Paloma de 27 años. Desde que Carmen había caído enferma, Paloma se había ocupado de todo. Solamente cuando no pudo dejarla sola en casa, accedió a ingresarla.
Carmen era una mujer muy serena y a pesar de la creciente debilidad, parecía seguir teniendo su vida en sus manos. Conocía su diagnóstico y sabía que le quedaba poco tiempo por vivir.
Carmen pasaba largas horas de la mañana sola en su cama. Paloma tenía que seguir trabajando y sus amigas se acercaban por la tarde a visitarla. Esto posibilitó que me pudiera encontrar a Carmen disponible en muchas ocasiones. Tenía necesidad de hablar y probablemente encontró un Tú con el que hacerlo. El encuentro empezó en el momento en que Carmen sintió la necesidad de revelar su ser más profundo a otro y alguien le salió al encuentro.
Asi, fui escuchando hablar a Carmen de las historias de su vida. Día a día, me iba permitiendo leer las páginas de su libro. Me las mostraba con confianza.
Iba elaborando su vida y haciéndose consciente de que había episodios de la misma que no tenía resueltos. Le faltaba reconciliarse consigo misma por algunas decisiones tomadas y sentir que perdonaba a su ex marido por el dolor causado. Yo sentía que lo “único” que se me pedía era que la acompañara en ese transitar.
Cuando sintió que aceptaba plenamente su existencia, fue llegando de forma natural la reconciliación. Estaba en paz con su entorno y consigo misma.
Otro regalo que recibí fue su hija: sus ojos verdes se humedecían con facilidad pero la serenidad no desaparecía. En el encuentro pude descubrir su fortaleza.
Ambas tenían una relación muy estrecha y amorosa. Los ratos que pasaban juntas eran de gran calidad. Nos costaba romper la intimidad “sagrada” de su habitación para entregar la medicación o tomar la tensión. Cuando el final se fue acercando Paloma pasó largas horas a su lado en silencio, diciéndole palabras suaves, calmándola. Carmen murió junto a ella con la misma serenidad que había vivido el final de sus días.
Somos seres en relación. Somos engendrados en el encuentro entre dos personas y ya antes de nacer vivimos en relación con nuestra madre y por medio de ella, con el mundo sensorial que nos rodea. Nuestra razón de ser es la relación con otros. Pasamos gran parte de la vida buscando relaciones profundas y personas que nos quieran y nos acepten.
Cada uno de nosotros necesita a otro (un Tú) con el que compartir, expresar, verbalizar, soñar, discutir; y sin un Tú, estamos faltos de identidad, de enraizamiento, de confrontación. No seríamos lo que somos sin la existencia y la vivencia de otros.
Estamos ávidos de encuentro. Anhelamos ese espacio íntimo y privado que se da entre dos personas desde la libertad y la confianza. Solo en el seno de la confianza podemos llegar al encuentro. Si la persona me da su confianza, es porque ella a su vez ha sentido que yo confío en ella y en lo que pueda surgir a partir de ahí. Es una relación auténtica sin máscaras en la que el ser profundo de cada uno se da, se revela y se logra una conexión muy profunda. Por eso, como decía Martín Buber, el encuentro solo puede darse con todo el ser.
- El encuentro no se planifica, no se fuerza, no se anticipa: se da. Si los dos lo quieren, si el momento es el adecuado, surgirá.
- La persona se muestra ante mí dueña de su vida, y me la ofrece sin apariencias, sin tapujos.
- El encuentro no se da en el mundo de las ideas; sucede en el presente, es auténtico y real. Solo conozco al otro, solo puedo encontrarme con el otro, en el acontecer de la relación y en el mundo de sus vivencias.
- El encuentro es una experiencia de apertura y revelación de la propia existencia.
Consulta privada de Miriam Magallón, psicóloga clínica.
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