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Los niños tienen la extraña habilidad de ponernos en situaciones comprometidas con sus infinitas preguntas. En ocasiones, estas preguntas dejan de manifiesto que los adultos no tenemos respuestas a todo y en otras, que hay temas que no llevamos con naturalidad y de los que nos cuesta hablar.

Pero a pesar de nuestras dificultades, los niños necesitan explicaciones sobre lo que pasa en sus vidas, en su entorno, en el mundo.

 

Cuando cerramos la puerta a hablar de un tema, les estamos mandando el mensaje de que de eso no se habla. Y ellos muy pronto comprenden que hay temas de los que no se debe hablar; comienzan a asumir los tabúes y aprenden que hay temas vetados en su familia: la muerte, el sexo, problemas familiares, enfermedad mental o física…

Al comenzar a escribir este artículo, pensé mucho en el título. Elegí cómo y no qué hablar con los niños porque creo que la comunicación con los hijos debería ser continua y sin discriminar unos temas y otros no (esto se lo cuento, esto no). Los niños no son tontos, sólo pequeños, y tienen una capacidad maravillosa para entender lo que les contamos. Pero hay que tener presente, cómo se lo contamos. Ha de ser en un lenguaje claro y sencillo, a su nivel. Tenemos que bajar a su altura y percibir cómo ellos ven el mundo y desde ahí hablarles.

Muchos padres tienen la creencia de que hay temas que mejor no tocar porque puede traumatizar a los niños. Yo creo que lo que hace sufrir a los niños es el silencio, las preocupaciones sin respuesta, la soledad en la que se meten cuando no pueden hablar con un mayor de lo que les pasa. Decía antes que los niños no son tontos y me reafirmo: tienen una intuición fantástica, una capacidad de adaptación bastante mayor que muchos adultos, y un mundo emocional muy rico. Es decir, que en todo momento sienten cosas, aunque no les pongan el nombre o no nos las cuenten. Sienten miedo al abandono o a quedarse solos, preocupación por si nos pasa algo, culpa al creer que han propiciado una situación dolorosa en la familia (papá se ha ido porque me he portado mal, mamá se puso enferma porque yo no obedecí…). Y sólo si sacan esos sentimientos fuera, podremos tranquilizarles o darles el cariño y el apoyo que están necesitando.

Continuando con la intención del título he puesto hablar con, y no hablar a. Se trata de que las dos partes que se comunican puedan compartir lo que les pasa. En ocasiones, sentamos a los niños y les «echamos la charla» sin dar opción a que ellos se expresen o nos digan lo que les pasa por dentro. Hablar con, supone dejar tiempo para que el niño procese la información y nos haga preguntas o nos cuente cómo lo ha entendido él.

Si queremos cuidar y atender el mundo emocional de nuestros niños, escuchemos lo que nos dicen, escuchemos los diálogos de sus juegos (dan mucha información) y ayudémosles a poner nombre a esos sentimientos que tienen. Eso les ayudará a conocerse y a entender mejor la situación que están pasando.

Consulta privada de Miriam Magallón, psicóloga clínica.
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