Lo prometido es deuda. Meses atrás os presentaba un libro Come lo que te pida el cuerpo y os decía que un solo post se quedaba corto para comentar el contenido tan rico que he encontrado en él. Por eso hoy lo retomo. Cada uno tenemos un peso determinado
en el que nuestro cuerpo se siente agusto y permanece estable. Sé que es un punto polémico pero yo estoy convencida de ello. Nuestro peso ideal no lo marca la báscula ni el IMC (índice de masa corporal). Estos marcardores pueden ser orientativos pero la realidad es que llega un momento, cuando estamos perdiendo peso, en el que el cuerpo se queda «estancado» y no sube ni baja. Ese es nuestro peso ideal. Hay personas que se pelean toda la vida por llegar a un peso determinado y no tienen en cuenta que donde su cuerpo se encuentra ajustado y cómodo es 3-5 kilos por encima. Observa en qué punto de la báscula tu cuerpo (dentro del intervalo de peso saludable) se queda estable y no te pelees más con él.
Cada uno tenemos un registro interno que nos indica: cómo comer, cuándo comer, qué comer y cuándo parar de comer. Es decir, nuestro cuerpo es sabio y reconoce lo que necesita en cada momento y nos envía señales para que cubramos esa necesidad. Entonces, ¿por qué no las seguimos? Porque no las percibimos. Nos hemos alejado tanto de las sensaciones del cuerpo que no escuchamos lo que nos tienen que decir. Es como si nos hubiéramos vuelto sordos hacia nuestro cuerpo. Al nacer, el bebé vive en un contacto muy estrecho con sus sensaciones: tiene frio o calor, tiene hambre o sueño, está cansado, tiene el pañal mojado… y nos lo comunica por medio del llanto. El bebé detecta sin problemas cuando tiene hambre y cuando no quiere más.
Desgraciadamente, cuando vamos creciendo, perdemos esa estrecha conexión con las sensaciones de nuestro cuerpo para poner mucha más atención a lo que nos rodea: los colores, los ruidos, las cosas, las caras de las personas… y así, vamos perdiendo el contacto. Nuestro trabajo consiste en recuperar ese contacto y estar atentos a las sensaciones de hambre y sed que tenemos en cada momento. No siempre nos apetece comer lo mismo, no siempre tenemos el mismo hambre. Deberíamos preguntarnos con más frecuencia: ¿qué necesita mi cuerpo? ¿Necesito seguir comiendo?.
No olvides que la comida sólo calma el hambre física y no hace desaparecer otros tipos de hambre. El hambre emocional de un abrazo, descanso o liberación de tensión, solo lo puedes calmar tú. Deja que la comida cumpla su función de alimentarnos y darnos energía física para movernos por la vida y hazte tú responsable del resto de necesidades. Para ello puedes preguntarte: ¿qué siento? ¿Qué necesito ahora? ¿Qué tipo de hambre tengo ahora? y descubrirás la emoción que tienes en ese momento. Reconócela, ponle nombre, déjala expresarse. Puede que descubras que hay sentimientos que te cuesta aceptar o reconocer en tí. Emociones que te inquietan o no te parecen «correctas». Anótalas, trata de quitarles el juicio e intenta aceptarlas. Este va a ser el inicio del camino para hacerte cargo de tus necesidades emocionales.