El hombre más feliz del mundo es un monje budista llamado Matthtieu Ricard. Al menos eso concluyó el estudio que colocó 256 electrodos en su cráneo en 2004. La actividad en la corteza cerebral prefrontal izquierda mostró un nivel récord y esta zona está asociada a las emociones positivas.
Desde entonces, vive respondiendo a la pregunta: ¿qué hacer para ser más feliz? ¿Cúal es su secreto?
Durante el confinamiento Ricard se unió a dos amigos más (un filósofo y un psiquiatra) y de las muchas horas de conversación nació un nuevo libro ¡Viva la libertad! que recoge reflexiones acerca de cómo desarrollar la libertad interior, antesala de la verdadera paz. Ahí van algunas pistas que estos autores nos transmiten:
Para ser felices hemos de deshacernos de obstáculos mentales; por ejemplo: la rumiación excesiva que consiste en dar vueltas una y otra vez a algún problema (real o imaginado) sin llegar a ninguna solución y provocándonos ansiedad y sufrimiento. El miedo compulsivo es otra de las tramplas mentales en que nos metemos. El miedo es un sentimiento que surge cuando anticipamos problemas que aún no existen. De esta manera, proyectamos peligros y desagracias en el futuro y la ansiedad se dispara y nos hace profundamente infelices.
Evitar la distorsión de la realidad y del empeño por imponer a la vida nuestras expectativas. Tenemos en la cabeza una idea de cómo queremos que sea la vida y nos pasamos el tiempo peleándonos porque nuestras expectativas no coinciden con la vida misma. Hace tiempo escribí un post acerca de esta vida imperfecta en que vivimos y coincido con los autores en que sólo aceptando lo que viene a nuestra vida sin querer cambiarlo ni negarlo, podremos ser un poco más felices.
Para ser felices, hemos de abandonar la hostilidad y el odio. Estas emociones nos enganchan y se convierten en un motorcillo interno que no para de darle vueltas a situaciones que nos dolieron. Así, nos llenamos de tensión, amargura y resentimiento. En nuestras manos está, detectar los pensamientos que nos generan hostilidad y odio y desactivarlos. Cuando detectemos que vuelven a aparecer, trataremos de no alimentarlos y soltarlos lo antes posible. El antídoto al odio es el cultivo del amor y la compasión.
La compasión ablanda nuestro corazón y nos permite sentir con el otro. Ser compasivos nos baja de la rueda de la competencia, de la rivalidad por ser el primero y, paradójicamente, nos hace sentir liberados y nos aporta múltiples beneficios. ¡Ojalá en el colegio tuviéramos una asignatura que nos enseñara a ser empáticos y compasivos!
Además, la felicidad “se puede entrenar”. Estos autores insisten que para ser felices necesitamos calma y silencio. Como dice uno de ellos, la meditación, el silencio y los ratos de soledad “son las únicas formas de escuchar el susurro de nuestras almas.» Y solo escuchando nuestra alma podremos detectar lo que nos hace infelices y saborear lo que nos aporta felicidad. Ellos ofrecen varios recursos para lograrlo: la meditación, los paseos solitarios en la naturaleza, hacerse amigo de uno mismo, domesticar la soledad para convertirla en un espacio de paz.
Consulta privada de Miriam Magallón, psicóloga clínica.
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