El acto de comer es mucho mas que un instinto de supervivencia o satisfacer una necesidad vital. Si nos paramos a pensar qué comemos y cómo lo hacemos, podemos descubrir mucha información acerca de nuestra manera de ser.

Comer es para algunas personas un suplicio, para otras un placer y también las hay que lo viven como una verdadera obsesión.  Hay personas que no ponen ningún interés  por comer y lo hacen sin prestar atención a su contenido (lo primero que encuentro en la nevera) o a su forma (de pie, frente al televisor, frio o sin preparar). Otras utilizan la comida para calmar su malestar interior, su ansiedad, su vacío vital y engullen comida para tapar esos otros ruidos internos que les hablan de que algo importante en su vida no marcha bien.

Controlar la cantidad de comida que entra en nuestro cuerpo (pesando, midiendo, dandonos un atracón y luego vomitando) es una manera de tratar de poner control en  alguna faceta de nuestra vida cuando sentimos que el resto de nuestra situación vital es un caos o se nos escapa de las manos.

Con frecuencia pensamos que comemos según el entorno y situación en que nos encontramos («yo es que como mucho fuera», «no tengo tiempo para cocinar») pero no es así.

Comer puede ser un acto de autocuidado ya que podemos comer sano en casi cualquier situación. Deberíamos recuperar el control de nuestras comidas en  la vida diaria pero también en actos sociales, comidas fuera de casa, y épocas de estrés, porque ya se sabe que somos lo que comemos.