«Mi adorado hijo: Cualquier cosa que hagas de aquí en adelante, si escribes o no escribes, si te titulas o no, si trabajas en la empresa de tu mamá o en un periódico, o dando clases en un colegio de secundaria o dando conferencias, o como psicoanalista de tus padres, o simplemente siendo tú, estará bien.
Lo que importa es que no vayas a dejar de ser lo que has sido hasta ahora, una persona, que simplemente por el hecho de ser como es, no por lo que escriba o no escriba, o porque brille o porque figure sino porque es como es, se ha ganado el cariño, el respeto, la aceptación, la confianza, el amor de una gran mayoría de los que te conocen.
Tu sabes muy bien que las ambiciones de tu mamá y yo no son de gloria, ni de dinero, ni siquiera de felicidad […] para todos nuestros hijos, sino que por lo menos adquieran bienestar. Lo que nosotros queremos es que tu vivas. Y vivir significa muchas mejores cosas que ser famoso, alcanzar títulos o ganar premios.
Bueno, mi querido hijo, ya sabes lo que pienso de ti y de tu futuro. No tienes por qué angustiarte. Vas muy bien y vas a ir mejor. Cada año mejor […] No aguantes más allá de lo que te creas capaz. Si quieres volver te recibiremos con los brazos abiertos. Y si te arrepientes y quieres regresarte otra vez, tampoco nos faltará con qué comprarte el pasaje de ida y regreso. Te besa tu padre.
Transcribir esa carta es un poco impúdico, porque en ella mi papá habla bien de mi, pero en este momento la quiero releer porque esa carta revela el amor gratuito de un padre por su hijo, ese amor inmerecido que es el que nos ayuda, cuando hemos tenido la suerte de recibirlo, a soportar las peores cosas de la vida, y la vida misma.» (Hector Abad Faciolince)
Carl Rogers fue el fundador de la terapia Humanista centrada en la persona. Rogers acuñó el término de aceptación incondicional para definir una de las características que un terapeuta debía tener en el encuentro con su cliente (él no los consideraba pacientes). Constató que la aceptación incondicional, la empatía y la autenticidad hacia los clientes, permitían que éstos superaran sus problemas y crecieran. O sea, que cuando una persona se siente aceptada tal y como es (no juzgada), comprendida y ayudada por un terapeuta auténtico y sincero, puede sacar lo mejor de sí misma. Su enfoque en terapia intenta promover en el otro el crecimiento, el desarrollo, la maduración y la capacidad de funcionar mejor y afrontar la vida de manera más adecuada.
Mas allá del encuentro terapeútico, estas habilidades son aplicables a cualquier relación y cuando leí este fragmento del libro El olvido que seremos de Hector Abad Faciolince, me pareció que no había mejor ejemplo para hablar de la aceptación incondicional. Como dice su autor, ese amor gratuito nos ayuda a soportar la vida misma. Una relación cotidiana en la que podemos vivir esa aceptación incondicional es la que tenemos con un amigo. Quien tiene un buen amigo, tiene la suerte de sentirse aceptado tal y como es. No hay intentos de querer cambiarnos, no nos juzga. Nos ayuda a superarnos y a veces nos confronta con franqueza. Nos conoce y nos quiere tal y como somos.
¿Os animáis a entrenar la aceptación incondicional y constatar sus beneficios?
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Consulta privada de Miriam Magallón, psicóloga clínica.
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